Más allá del tópico "¿eres lo que comes?" nuestra dieta puede influir no sólo a nuestra salud, sino también al medio ambiente. Varios estudios científicos dan evidencias de ello.
El estudio de Luigi Baroni (Baroni et al. 2007) realizado con base en distintos tipos de dietas y sistemas de producción en Italia demuestra que las dietas omnívoras tienen un impacto mucho mayor que las dietas vegetarianas o veganas. La razón de ello radica en el hecho de que es mucho más costoso (energética y ambientalmente) producir una caloría de carne (que requiere 40 calorías de combustible) que una caloría de vegetal (que requiere en promedio 2.2 calorías de combustible). La producción de carne (y en menor medida también la producción de otros productos derivados como la leche o el queso) es, por tanto, muy ineficiente y consume una gran cantidad de recursos naturales, entre ellos combustibles fósiles. En Europa, por ejemplo, producimos proteínas vegetales suficientes para alimentar a toda la población europea, pero no tenemos proteínas vegetales suficientes para alimentar a todo el ganado, por lo que cerca del 80% de los productos vegetales utilizados en alimentación animal se importan de otros países. En estos países la producción intensiva de cultivos (como la soja en Brasil y Argentina) ha reemplazado a muchos sistemas extensivos de policultivos o, lo que es mucho más alarmante, bosques nativos como la selva Amazónica, cuya destrucción es causada en gran medida por la producción de grano y forraje para la alimentación del ganado de Estados Unidos y Europa.
Uno de los mayores impactos en lo que a consumo de recursos naturales se refiere es el consumo de agua. Las actividades agropecuarias son responsables del 70% del consumo de agua dulce en todo el planeta, mientras que sólo el 22% se utiliza en la industria y el 8% se destina a uso doméstico. La mayor parte del agua utilizada en estas actividades se destina a la producción (a veces intensificada mediante la implementación de sistemas de regadío) de cereales o plantas oleaginosas (soja, girasol, algodón, lino, etc.), de las cuales cerca del 50% son destinadas al consumo de ganado. Una gran cantidad de agua es también consumida directamente por el ganado y, una parte nada despreciable se dedica al mantenimiento (limpieza) de establos, centrales lecheras, mataderos, etc. ¿Y qué hacemos con los excedentes que, en forma de excretas, se derivan de los sistemas intensivos de producción de carne? En un sistema de producción extensivo, estas excretas suponen un fertilizante natural muy potente, pero cuando el ganado está estabulado, los residuos generalmente crean un problema ambiental importante, pudiendo llegar a contaminar el agua de los ríos e incluso de los acuíferos.
Otro estudio más actual (Deckers 2010) apunta a que el principal impacto derivado de los sistemas actuales de producción de carne sería la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, lo que contribuiría en cerca de un 50% al calentamiento global. De seguir creciendo la población mundial y el consumo de carne, para el 2050 la contribución de la ganadería a las emisiones de gases de efecto invernadero sería de entre el 66.9% y el 83.7% según distintos escenarios. Y esto asumiendo de forma optimista que la producción de carne generaría un 20% menos de emisiones como consecuencia del aumento en eficiencia de los sistemas de producción. En otro artículo publicado en la prestigiosa revista The Lancet, Anthony J. McMichael y colaboradores (2007) proponen que para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de aquí al año 2050 se debería reducir el consumo promedio de carne per cápita de 100 gr a 90 gr diarios. Parece una reducción muy pequeña, pero hay que considerar que en la mayoría de los países industrializados, el consumo promedio de carne por día es muy superior a esta cifra (en el caso de Estados Unidos por ejemplo, el consumo promedio por día es de 218 gr).
Otros argumentos a favor de disminuir el consumo de carne tienen que ver con la salud, incluyendo aquí el uso de sustancias nocivas como antibióticos y hormonas que se le suministra al ganado estabulado en sistemas industrializados de producción (Sapkota et al. 2007). Algunas personas también utilizan argumentos éticos en relación al sufrimiento de animales bajo los sistemas de producción intensivos. A estos y otros respectos, el libro recientemente publicado de Joyce D'Silva y John Webster (2010) se convierte una referencia imprescindible.
Resumiendo: el principal problema no es consumir carne, sino que los sistemas de producción de carne son más inefectivos que los de producción vegetal. Si a esto sumamos que la población mundial sigue creciendo y que el consumo de carne per cápita también crece (se ha multiplicado por cuatro en el último medio siglo), el problema se hace más que patente. Nos movemos (en realidad ya estamos) hacia un modelo insostenible de producción, por lo que hace falta promover un cambio y generar nuevas alternativas. ¿El cambio? Disminuir nuestro consumo de carne a nivel individual ¿Las alternativas? Sistemas de producción orgánicos que tengan un menor impacto ambiental.
Referencias
El estudio de Luigi Baroni (Baroni et al. 2007) realizado con base en distintos tipos de dietas y sistemas de producción en Italia demuestra que las dietas omnívoras tienen un impacto mucho mayor que las dietas vegetarianas o veganas. La razón de ello radica en el hecho de que es mucho más costoso (energética y ambientalmente) producir una caloría de carne (que requiere 40 calorías de combustible) que una caloría de vegetal (que requiere en promedio 2.2 calorías de combustible). La producción de carne (y en menor medida también la producción de otros productos derivados como la leche o el queso) es, por tanto, muy ineficiente y consume una gran cantidad de recursos naturales, entre ellos combustibles fósiles. En Europa, por ejemplo, producimos proteínas vegetales suficientes para alimentar a toda la población europea, pero no tenemos proteínas vegetales suficientes para alimentar a todo el ganado, por lo que cerca del 80% de los productos vegetales utilizados en alimentación animal se importan de otros países. En estos países la producción intensiva de cultivos (como la soja en Brasil y Argentina) ha reemplazado a muchos sistemas extensivos de policultivos o, lo que es mucho más alarmante, bosques nativos como la selva Amazónica, cuya destrucción es causada en gran medida por la producción de grano y forraje para la alimentación del ganado de Estados Unidos y Europa.
Uno de los mayores impactos en lo que a consumo de recursos naturales se refiere es el consumo de agua. Las actividades agropecuarias son responsables del 70% del consumo de agua dulce en todo el planeta, mientras que sólo el 22% se utiliza en la industria y el 8% se destina a uso doméstico. La mayor parte del agua utilizada en estas actividades se destina a la producción (a veces intensificada mediante la implementación de sistemas de regadío) de cereales o plantas oleaginosas (soja, girasol, algodón, lino, etc.), de las cuales cerca del 50% son destinadas al consumo de ganado. Una gran cantidad de agua es también consumida directamente por el ganado y, una parte nada despreciable se dedica al mantenimiento (limpieza) de establos, centrales lecheras, mataderos, etc. ¿Y qué hacemos con los excedentes que, en forma de excretas, se derivan de los sistemas intensivos de producción de carne? En un sistema de producción extensivo, estas excretas suponen un fertilizante natural muy potente, pero cuando el ganado está estabulado, los residuos generalmente crean un problema ambiental importante, pudiendo llegar a contaminar el agua de los ríos e incluso de los acuíferos.
Otro estudio más actual (Deckers 2010) apunta a que el principal impacto derivado de los sistemas actuales de producción de carne sería la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, lo que contribuiría en cerca de un 50% al calentamiento global. De seguir creciendo la población mundial y el consumo de carne, para el 2050 la contribución de la ganadería a las emisiones de gases de efecto invernadero sería de entre el 66.9% y el 83.7% según distintos escenarios. Y esto asumiendo de forma optimista que la producción de carne generaría un 20% menos de emisiones como consecuencia del aumento en eficiencia de los sistemas de producción. En otro artículo publicado en la prestigiosa revista The Lancet, Anthony J. McMichael y colaboradores (2007) proponen que para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de aquí al año 2050 se debería reducir el consumo promedio de carne per cápita de 100 gr a 90 gr diarios. Parece una reducción muy pequeña, pero hay que considerar que en la mayoría de los países industrializados, el consumo promedio de carne por día es muy superior a esta cifra (en el caso de Estados Unidos por ejemplo, el consumo promedio por día es de 218 gr).
Otros argumentos a favor de disminuir el consumo de carne tienen que ver con la salud, incluyendo aquí el uso de sustancias nocivas como antibióticos y hormonas que se le suministra al ganado estabulado en sistemas industrializados de producción (Sapkota et al. 2007). Algunas personas también utilizan argumentos éticos en relación al sufrimiento de animales bajo los sistemas de producción intensivos. A estos y otros respectos, el libro recientemente publicado de Joyce D'Silva y John Webster (2010) se convierte una referencia imprescindible.
Resumiendo: el principal problema no es consumir carne, sino que los sistemas de producción de carne son más inefectivos que los de producción vegetal. Si a esto sumamos que la población mundial sigue creciendo y que el consumo de carne per cápita también crece (se ha multiplicado por cuatro en el último medio siglo), el problema se hace más que patente. Nos movemos (en realidad ya estamos) hacia un modelo insostenible de producción, por lo que hace falta promover un cambio y generar nuevas alternativas. ¿El cambio? Disminuir nuestro consumo de carne a nivel individual ¿Las alternativas? Sistemas de producción orgánicos que tengan un menor impacto ambiental.
Referencias
- Baroni, L., Cenci, L., Tettamanti, M. & Berati, M. 2007. Evaluating the environmental impact of various dietary patterns combined with different food production systems. European Journal of Clinical Nutrition 61(2): 279-286.
- Deckers, J. 2010. Should the consumption of farmed animals product be restricted, and if so, by how much? Food Policy 35: 497-503.
- D'Silva, J. & Webster, J. (Eds.) 2010. The Meat Crisis. Developing more sustainable production and consumption. Earthscan, London.
- McMichael, A., Powles, J., Butler, C. & Uauy, R. 2007. Food, livestock production, energy, climate change, and health. The Lancet 370: 1253-1263.
- Sapkota, A.R., Lefferts, L.Y., McKenzie, S. & Walker, P. 2007. What do we feed to food-production animals? A review of animal feed ingredients and their potential impacts on human health. Environmental Health Perspectives 115(5): 663-670.